
A menos que estemos enfermos, la energía que se necesita para estar de pie se genera automáticamente; sólo tenemos que sentir y renunciar a los esfuerzos y a las restricciones que nos impiden la circulación natural de esta energía a través de venas y arterias. Estamos de pie como lo están todos los animales, incluso los elefantes, con todo nuestro peso, pero libremente y sin esfuerzo, y con toda nuestra estatura, sin necesidad de erguirnos exageradamente.
Cuando le decimos a un niño que se ponga derecho, o que se estire más arriba, como en muchos casos nos lo dijeron a nosotros, estamos tratando de imponer procesos voluntarios a los procesos involuntarios totalmente suficientes que la naturaleza nos dio. Es como rizar el rizo. Aquellos que tienen un porte militar o “aristocrático”, si practicaran la entrega no perderían nada de su estatura. Todo lo que perderían seria su servilismo a una imagen y su aislamiento respecto al mundo de la realidad.
Al estar de pie, con o sin piedra, todo lo que importa es la sensación de cómo nuestras energías innatas circulan libremente y la dirección a la que deben responder. En esto, la piedra que está sobre la cabeza puede ser de ayuda para nosotros. A medida que nos tranquilizamos y nos cercioramos de ello, empezamos a sentir su peso presionando constantemente hacia abajo a través de nosotros, generando una energía igual y opuesta, haciendo que nuestros miembros y órganos internos se acomoden naturalmente hacia la tierra, la cual, al mismo tiempo, nos atrae hacia sí y nos sostiene contra su misma atracción.
Solamente al conocer la dirección hacia abajo conocemos la dirección hacia arriba, y solamente al conocer ésta estamos de pie libremente. Al sentir y al permitir lo que es necesario, empezamos de nuevo a experimentar nuestra profunda capacidad interna para relacionarnos con el mundo externo.
Del libro consciencia sensorial. Edit. La liebre de marzo
Autor Charles Brooks
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